Todas las ideas de este artículo están extraídas del THINKGLAO de Pedro Herrero en una tarde veraniega Madrid, junto a 200 jóvenes.
Es la última generación que creció convencida de que la democracia liberal sería eterna, que los valores del bienestar occidental eran un legado inmutable y que bastaba con tener un buen empleo para ser una buena persona. A estos jóvenes, Pedro Herrero les lanzó una advertencia cruda: se está gestando una tormenta moral que ellos, hijos del bienestar, no están preparados para enfrentar.
En un ejercicio de estilo que habría hecho las delicias de un Orson Welles con resaca, Herrero abrió fuego con una pregunta incómoda: "A quién preferís: ¿Hitler o Franco?". De 200, unos 190 no quisieron levantar la mano, pese a la insistencia de Pedro. 9 se decantaron por Franco. 1, por Hitler. Ahí, el ponente desmontó el juego: “Podríamos decir que el 99% de la audiencia prefiere a Franco”, dijo, exponiendo la facilidad con la que se manipulan las grandes cuestiones morales en el debate político. Pero esta pregunta, como todas las que vendrían después, no era más que un pretexto para una crítica mucho más profunda y devastadora.
La intervención de Herrero fue un espejo en el que la audiencia se vio reflejada, no como la generación que cambiará el mundo, sino como aquella que ha renunciado a la lucha por el bien común, delegando esa responsabilidad en un sistema político y económico que no hace más que traicionar sus propios valores. Y ahí radica la tragedia que subyace en su discurso: la pasividad moral de una juventud que ha permitido que otros decidan por ellos, mientras se refugian en la comodidad de sus empleos bien remunerados.
Como un Cicerón de camiseta, Herrero acusó a estos jóvenes de haber dejado que las instituciones que debían proteger el tejido moral de la sociedad se evaporaran, como si la libertad y la democracia fueran el fin de la historia y no un campo de batalla en el que cada generación debe luchar su propia guerra. "Vosotros, hijos del bienestar", les dijo, "habéis cambiado la participación en la vida pública por la seguridad y la estabilidad que creíais garantizadas."
Este lamento por la pérdida de la brújula moral de Occidente resonó especialmente cuando Herrero abordó la invasión de la política en los terrenos que antes eran sagrados: la familia, la religión, la infancia. ¿Cómo llegamos, se preguntaba, a un punto en el que la ley permite a un cirujano quitar los pechos a una niña de doce años, y nadie se levanta en contra? La respuesta no es agradable: se ha renunciado a la defensa activa de los valores fundamentales. Esta es una generación que, según Herrero, ha heredado todo, pero no ha sabido conservar nada.
El punto culminante de su intervención fue un desafío directo: “¿Cuántos de vosotros resonáis con la moral de la comunidad a la que pertenecéis?” El silencio que siguió fue elocuente. Herrero les hizo ver que la comunidad moral no es una abstracción académica, sino el espacio donde se decide lo que está bien y lo que está mal, y que hoy más que nunca, ese espacio está siendo ocupado por quienes no comparten sus valores.
Si algo quedó claro en el THINKGLAO es que el tiempo para la complacencia ha terminado. Herrero no pedía una revolución violenta, sino algo más subversivo: una revolución de conciencia. Que estos jóvenes no se conformen con sobrevivir en el sistema, sino que se atrevan a desafiarlo, a redefinirlo, a hacer que el bien común vuelva a ser el eje central de la vida pública.
Porque, como bien dijo Herrero, la moral siempre está viva, siempre está en juego, y siempre habrá quienes intenten mover los postes de lo que es aceptable. Y si esta generación no despierta y toma las riendas, el precio será más alto de lo que cualquiera de ellos está dispuesto a pagar.
En un mundo que parece haberse quedado sin certezas, la advertencia de Pedro Herrero no podría ser más oportuna: o tomáis partido, o será el caos. Y, tal como él lo planteó, el caos no es una opción.
Kommentare